jueves, 1 de noviembre de 2007

Las provincias “desunidas” del Río de la Plata

Cada cual atiende su juego...

Con la disolución del Directorio las distintas provincias comenzaron a gobernarse por su cuenta. Había fracasado el intento de consolidar un gobierno central sobre el territorio de las Provincias Unidas. Cada provincia tenía su propio gobernador, sus leyes, recaudaba sus impuestos y hasta su propio ejército. Muchas veces surgieron conflictos entre ellas, en algunos casos había provincias que querían imponerse sobre otras, o simplemente porque no todas las regiones de las Provincias Unidas compartían el mismo proyecto económico. Sin embargo no se abandonaba la idea de formar una sola unidad política, es por eso que mientras tanto las provincias firmaban pactos que regulaban la relación entre ellas.

Las provincias del Interior no sólo sufrieron las consecuencias de la desaparición de comercio con el Alto Perú, sino además salieron muy perjudicadas de las guerras que habían consumido gran cantidad de mano de obra y ganado. El libre comercio establecido después de la independencia terminó por arruinar a estas provincias que muchas veces producían los mismos bienes que vendían los comerciantes ingleses a un valor mucho menor. En esta región, muchos eran defensores del proteccionismo, es decir, eran partidarios de que se limitara las importaciones de productos que se podían elaborar localmente.

En el Litoral (Buenos Aires, Entre Ríos, Corrientes y Santa Fe) los distintos gobiernos buscaron recomponer las provincias después de años de guerras. La ganadería se convirtió en la actividad más prometedora y el Litoral comenzó a exportar cuero y carne salada. Estas provincias se beneficiaron con el libre cambio, que reducía los impuestos del comercio de importación y exportación, ya que les permitía estrechar los vínculos económicos con Inglaterra.

Buenos Aires y “la feliz experiencia”

A partir de 1820 Buenos Aires comenzó a vivir un período de prosperidad. Ya vimos que al controlar la Aduana, los porteños se quedaban con la totalidad de los impuestos que debían pagar los productos que se importaban o exportaban por medio del puerto de Buenos Aires.

En esos años la provincia se organizó políticamente, se dictaron leyes y se desarrolló una exitosa actividad económica: la producción y exportación de cueros y carne salada. Bajo el gobierno de Martín Rodríguez los comerciantes porteños que habían perdido dinero por las guerras y por la competencia de los comerciantes ingleses y militares que en tiempos de paz debían buscar nuevas tares, encontraron en la ganadería una forma de acrecentar su riqueza. Buenos Aires encontraba por fin una actividad económica que reemplazara el sistema comercial desarrollado en la época colonial. Para eso fue necesario incorporar más tierras a la producción y conseguir trabajadores para las haciendas. Por un lado se enviaron expediciones sobre las tierras controladas por los indígenas, a los que se les quitó gran cantidad de tierras, corriendo la frontera hasta la zona de Azul y Tandil. Estas tierras fueron repartidas en grandes extensiones entre las familias más ricas. Ahora había que conseguir trabajadores. En la campaña, los gauchos vivían libremente, alejados de la ciudad y sin trabajo fijo. Se dictaron leyes que los obligaba a trabajar para los hacendado, si no la cumplían podían ser enviados a los fortines para custodiar la frontera con los indígenas. Estos peones integraron además las milicias rurales con las que contaban los hacendados. De esta manera, los dueños de las estancias controlaban un importante poder político, social y militar. Pronto se convirtieron en los sectores más poderosos de la provincia.

Los intentos por lograr imponer un poder central.

Y duró poco nomás...El Congreso de 1824 y la presidencia de Rivadavia

En 1824 Buenos Aires convocó a los representantes de todas a provincias a reunirse en un Congreso General Constituyente con el objetivo de dictar una constitución y establecer una forma de gobierno. Pero mientras el Congreso sesionaba, estalló una guerra con Brasil que obligó a tomar algunas decisiones. Fue necesario centralizar el poder, por eso se creó el cargo de presidente y se nombró para ese puesto a Bernardino Rivadavia. Los hombres fuertes de la provincia de Buenos Aires, los estancieros, rechazaban la guerra, ya que por un lado perjudicaba el comercio y por otro, los peones abandonaban sus puestos de trabajo y marchaban a pelear. Pero no solamente los estancieros de Buenos Aires se oponen a Rivadavia. En 1826 el Congreso presentó a las provincias una constitución unitaria, donde el gobierno central sería el que se ocupe de designar a los gobernadores. Pronto casi todas las provincias manifestaron su rechazo. Rivadavia debió renunciar. El nuevo intento de unificación había fracasado.

Juan Manuel de Rosas: un estanciero en el poder

Nuevamente las provincias comenzaron a gobernarse por su cuenta y los conflictos aumentaron. En Buenos Aires, los enfrentamientos entre unitarios y federales por el control de la provincia alcanzaron un alto grado de violencia. En 1829, en un intento de poner en orden la provincia, la legislatura nombró como gobernador a Juan Manuel de Rosas, otorgándole las facultades extraordinarias que le permitían gobernar sin consultar a otras instituciones o funcionarios.

Rosas era un prestigioso hacendado de la provincia de Buenos Aires, miembro del Partido Federal, preocupado por garantizar la continuidad de sus actividades económicas. Pero Rosas contaba además con el apoyo de los sectores populares del campo y la ciudad.

Durante su primer gobierno, los conflictos entre unitarios y federales se expandieron a todas las provincias, agrupándose en la Liga Unitaria y el Pacto Federal.

¿No será mucho? La concentración del poder y la relación con las provincias

En 1835, Rosas fue elegido nuevamente gobernador de Buenos Aires. Esta vez la legislatura le otorgó la “suma del poder público”, que le permitió controlar los tres poderes: ejecutivo, legislativo y judicial. Su segundo gobierno duró hasta 1853 y en todos esos años no se logró dictar una constitución que definiera una organización política para todo el territorio. En realidad a Rosas no le gustaba la idea de convocar a un Congreso Constituyente donde las provincias podían imponer condiciones a Buenos Aires, como la de compartir los ingresos de la Aduana. En esos años, conocidos como la etapa de la Confederación Rosista, las provincias conservaron su autonomía, pero delegaron en Buenos Aires la representación de las relaciones exteriores y la defensa militar del territorio frente al ataque de otros países. Rosas que controlaba Buenos Aires, va a tener un inmenso poder sobre el resto de las provincias, a través de las relaciones que establecía con cada uno de los gobernadores.

La Confederación Rosista: conflictos internos y externos.

Pero a pesar de este orden impuesto por Rosas, los conflictos estaban latentes. Cada tanto se producían levantamientos por parte de los opositores en el Interior y en la propia Buenos Aires, pero fueron duramente reprimidos.

Rosas debió enfrentar además conflictos con Francia e Inglaterra. Estos países buscaban mercados para sus productos industriales y para eso querían poder llegar a las provincias del Litoral, a Paraguay y al interior de Brasil navegando por los ríos Paraná y Uruguay. Como vimos antes, los productos sólo podían ingresar por la Aduana de Buenos Aires, pagando allí sus impuestos. Para presionar a Rosas, barcos franceses e ingleses bloquearon el puerto de Buenos Aires en dos oportunidades.

Los cambios sociales y económicos durante la Confederación Rosista

Durante el gobierno de Rosas, Buenos Aires creció económicamente. Los comerciantes y hacendados hacían buenos negocios, las estancias y los saladeros se multiplicaban. Pero además, hacia 1840 comenzaron a criarse ovejas en la campaña bonaerense. A la exportación de cueros y de carne salada se suma la de lana. Para esto se incorporaron nuevas tierras, se mejoraron los ganados y comenzaron a llegaron inmigrantes vascos e irlandeses, expertos en la cría de ganado ovino.

Las provincias del Litoral también vivían un período de prosperidad gracias a la ganadería y los saladeros. Podían comerciar con Montevideo y el sur de Brasil, pero el cierre de los ríos Paraná y Uruguay les impedía comerciar libremente con otros países.

En el Interior, los productos artesanales sufrieron las consecuencias de la competencia de artículos que llegaban de Europa mucho más baratos. Algunas de ellas lograron sobrevivir comerciando con otras regiones, como Chile o Bolivia. Los gobernadores van a reclamar medidas para proteger sus productos locales. Hacia 1836, Rosas dictó una Ley de Aduanas (que sólo duró dos años) que protegía algunos productos, pero favorecía más a los de Buenos Aires que a los del Interior.

De esta manera si bien la Confederación Rosista logró cierto orden bajo el control de Buenos Aires, carecía de unidad económica. Esta fragmentación de las actividades productivas favoreció el enfrentamiento de los sectores dominantes de cada región, ya que tenían intereses diferentes. Esta situación hizo más difícil en esos años la construcción de la unidad política.

El fin del gobierno de Rosas

Hacia 1850 la sociedad había cambiado: a los productos del ganado vacuno se había agregado el comercio de lana destinado a las fábricas textiles europeas, los barcos a vapor llegaban cotidianamente al puerto, los inmigrantes que venían a trabajar a estas tierras… La figura y los métodos de Rosas no parecían acordes a los cambios que se estaban dando.

Esta vez los sectores opositores comenzaron a agruparse en torno de Justo José de Urquiza, gobernador de Entre Ríos y poderoso estanciero del Litoral. En 1851, la provincia de Entre Ríos le retiró a Rosas el manejo de las relaciones exteriores, pasando de esta manera al enfrentamiento directo con Buenos Aires. Pronto lo opositores a Rosas se fueron alineando con Urquiza, que encabezó la organización del Ejército Grande. Este ejército estaba formado por unitarios, los exiliados en Montevideo y Chile, entrerrianos, correntinos, brasileños (interesados en la libre navegación de los ríos interiores).

El 3 de febrero de 1852, el Ejército Grande derrotó a las tropas de Rosas en la Batalla Caseros. El gobernador presentó su renuncia y se embarcó rumbo a Inglaterra, donde vivió hasta su muerte.

Tras la caída de Rosas, las provincias pudieron avanzar en los temas pendientes: la organización de un gobierno unificado y la sanción de una Constitución Nacional.

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